...
-Hola!
-Hola, ¿venís a probar?
-Sí!
...
Motivadas por realizar algún deporte que nos enganchara nos apuntamos al
polideportivo Gasol. Valoramos la oferta de las actividades y Aroa comentó que
había la posibilidad de hacer Karate. Ella lo había practicado de pequeña y
sentía que podía ser un buen momento para retomar ese arte marcial del que
tenía buen recuerdo.
Tras haberlo hablado, Bárbara se dejó motivar, era una buena excusa para
practicar un deporte juntas, aunque realmente ella no sintiera demasiado
interés. Tan solo había practicado Taekwondo como extraescolar y no tenía
demasiado buenos recuerdos.
Y llegó el momento.
Recordamos esperar en las escaleras que daban al aula dónde se hacían las
clases.
De pronto, aparecieron por el pasillo un grupo de uniformados blancos, en
sus manos protecciones y en sus pies chancletas.
...
-Aroa, ¿estás segura?
-Sí!
...
Entramos en el aula y vemos los colores de los cinturones, caras nuevas,
risas, conversaciones...
De pronto se forman filas, se hace el silencio y se oyen palabras en
japonés. El senpai Jose se presenta y nos invita a que lo hagamos nosotras
también. Nos pregunta si hemos practicado karate alguna vez o si sabemos que
tipo de deporte es el Kyokushin. Nos invita a conocerlo con una media sonrisa.
Empieza la clase.
Suenan palabras en japonés cada vez más raras, respuestas corporales,
colocación de brazos, movimientos precisos, puños que se lanzan, piernas que
suben alto... y una palabra que eriza la piel cuando retumba en la clase: ¡OSU!.
A la mañana siguiente, recordamos la clase y la comentamos durante todo el
día. De pronto, teníamos sentimientos encontrados.
Llegó Octubre.
Seguimos "practicando" karate en las clases semanales. Apenas,
había pasado un mes desde que empezamos y aún era extraño ver nuestro cuerpo
amoratado. Algo nos estaba enganchando.
Sentíamos miedo y dolor. La vergüenza de no saber hacer las cosas. Que no
podíamos, que no sabíamos, que quizás no era para nosotras... llegaron los
bloqueos mentales, las nubes negras, empezamos a batallar con los demonios.
Pasaron los meses y nuestro senpai nos "invitó" a llevar
karategui. Aroa tenía una gran barrera respecto a dar ese paso de llevar puesto
el karategui, le infundía tanto respeto que pensaba que no se lo merecía.
Quería entrenar pero a la vez sus pensamientos eran: "no quiero
molestar", "estoy retrasando la clase". Y la verdad también era
enfrentarse a una misma, a no confiar plenamente en sus posibilidades y pensar
definitivamente "yo también puedo".
Fueron pasando los meses y la familia crecía. Vimos a gente pasar y otra
quedarse. Nosotras ya no íbamos a practicar, íbamos a entrenar. Ya no era
karate, era Kyokushin.
Empezamos a formarnos un poco a nivel de culturilla, a ver vídeos, a
conocer la historia y los orígenes, el Dojo
Kun y la importancia del respeto y la disciplina nos inyectaron grandes dosis
de coraje, de superación, de confianza, de constancia, de creencia y de
responsabilidad. Y nació la amistad. Nos encontramos con el mejor maestro.
Él nos hizo despertar.
Pasaron los meses, llegó mayo. Llegaron con él los miedos para el examen.
Un examen que nunca olvidaremos. Un día marcado por la tristeza y la
superación. Alcanzamos el cinturón
naranja en un examen que nos supo a negro.
Y al acabar, abrazamos una despedida muy triste, se marchaban nuestros senpais.
Nuestros pilares durante todo este tiempo, los que cambiaron nuestros "no
puedo" por nuestros "me cuesta".
Ellos, se iban.
Nos cuestionamos nuestra continuidad, porque sentíamos que se había roto
una familia.
Llegó Junio. Y seguimos, habían plantado una semilla que empezaba a dar sus
frutos.
Pasamos por algún summer camp, por un campeonato de promesas, por alguna
master class, por algún entreno en la playa...
El karate era parte de nuestras vidas, lo que nos aportaba física y
mentalmente era inexplicable.
Estos fueron nuestros inicios, cuando el Kyoku se cruzó en nuestros caminos para cambiar nuestras
vidas. Esto ha sido un extracto sutil, ciertamente íntimo con el que
pretendemos compartir unas vivencias personales que en un futuro puedan llegar
a cruzarse en el camino de otras personas indecisas. Personas que aún no sepan
ni conozcan la magia del Kyokushin.
Gracias a la familia de Hajime que nos ha dado tanto, a nuestro Dojo que
cada día sigue luchando por hacer frente a las adversidades y a nuestros senpais
por volver y nunca abandonarnos.
Hemos aprendido que la humildad y la perseverancia van más allá del Dojo,
se perciben también fuera de él, donde el combate no se hace con guantillas u
otras protecciones, sino con nuestra vida diaria.
Gracias al Kyoku afianzamos valores cómo la confianza, la superación personal, el caer para levantarnos más fuerte, el luchar ante la exigencia de este paso por el tiempo que se llama VIDA.
AROA & BÁRBARA
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